Hay personas que están convencidos de que visitar un museo es una inmejorable forma de perder el tiempo. Creo que los museos son los espacios donde, a veces, se puede encontrar la vida más viva que en ningún otro lado; los ojos de Van Gogh en su autorretrato, la sonrisa impenetrable de La Gioconda, las alucinaciones de Goya. En las galerías de muchos museos respira el aliento de hombres que fueron simplemente artistas; gente que creó algo que no se encontraba allí antes, sin otras herramientas que las del espíritu humano, la laboriosidad y el talento. Allí se puede encontrar el alma y el vigor de gente que supo representar su tiempo o quizá su propia locura. Allí está el espíritu de los hombres que triunfaron en su esfuerzo por llegar a la plenitud o fracasaron en ese intento y sin embargo sobreviven a su propio fracaso, porque en algún momento posterior alcanzaron el inalcanzable y espléndido sueño de la perfección. Cuando disfrutamos una obra de un hombre genial en un museo, nos la llevamos con nosotros para siempre.
Hay museos esplendorosos a los que uno siempre quiere regresar. Hay museos interminables que se recorren fatigosamente. Y hay museos que la memoria extravía con facilidad. Pero también están aquellos que sorprenden, a los que se entra por curiosidad y de los que se sale con el corazón en la mano. Y ese es el Museo de EL CAIRO.
Muchas veces en la vida las apariencias engañan. Para bien o para mal. La presencia más humilde puede albergar una mente brillante. La presencia más brillante puede ser la máscara de un personaje mediocre. La persona aparentemente más generosa puede encubrir otra auténticamente egoísta. El tiempo descubre la verdad. Pocas veces me he sentido màs conmovido como cuando estuve ante la momia de RAMSES II. Un cuerpo pequeño guardando màs de 6 dècadas de reinado. Y de pronto crèi oir entre risas de niños reales, estridencias de batallas, quejidos de esclavos construyendo y el sonido de un EGIPTO que crece y crece hasta volverse imperio. Las imàgenes grandiosas de sus obras empiezan a danzar en carrousel en derredor mìo inmersas en una niebla que el tiempo se niega a disipar. Y en una impronta que no sabe de tiempo calendario me encuentra dialogando con el màs grande, con el gran Faraòn, con el gran constructor, con el gran guerrero. – No creas todo lo que dicen de mi, me susurra; ni lo bueno ni lo malo. Solo mira mis obras.- Y en un instante atemporal nos fundimos en un abrazo faraònico. Cuando la niebla se disipa creo ver a RAMSES II màs sonriente que cuando ingresè a la sala. Pero lo que me eriza la piel aùn hoy que lo recuerdo es la posiciòn de sus manos cruzadas y sus brazos levemente separados del cuerpo, como abrazando a mi espìritu que definitivamente se quedò con èl para seguir hablando de los tiempos en que juntos corrìamos por los estèriles desiertos construyendo la historia.
El hombre imagina a la vida como algo extendido y a la muerte como algo lejano. En realidad la vida es fugaz y muchas veces vana, apenas un soplo. En el museo de EL CAIRO los monumentos y las esculturas están ahí y le ganaron la batalla a la muerte.
Hay museos esplendorosos a los que uno siempre quiere regresar. Hay museos interminables que se recorren fatigosamente. Y hay museos que la memoria extravía con facilidad. Pero también están aquellos que sorprenden, a los que se entra por curiosidad y de los que se sale con el corazón en la mano. Y ese es el Museo de EL CAIRO.
Muchas veces en la vida las apariencias engañan. Para bien o para mal. La presencia más humilde puede albergar una mente brillante. La presencia más brillante puede ser la máscara de un personaje mediocre. La persona aparentemente más generosa puede encubrir otra auténticamente egoísta. El tiempo descubre la verdad. Pocas veces me he sentido màs conmovido como cuando estuve ante la momia de RAMSES II. Un cuerpo pequeño guardando màs de 6 dècadas de reinado. Y de pronto crèi oir entre risas de niños reales, estridencias de batallas, quejidos de esclavos construyendo y el sonido de un EGIPTO que crece y crece hasta volverse imperio. Las imàgenes grandiosas de sus obras empiezan a danzar en carrousel en derredor mìo inmersas en una niebla que el tiempo se niega a disipar. Y en una impronta que no sabe de tiempo calendario me encuentra dialogando con el màs grande, con el gran Faraòn, con el gran constructor, con el gran guerrero. – No creas todo lo que dicen de mi, me susurra; ni lo bueno ni lo malo. Solo mira mis obras.- Y en un instante atemporal nos fundimos en un abrazo faraònico. Cuando la niebla se disipa creo ver a RAMSES II màs sonriente que cuando ingresè a la sala. Pero lo que me eriza la piel aùn hoy que lo recuerdo es la posiciòn de sus manos cruzadas y sus brazos levemente separados del cuerpo, como abrazando a mi espìritu que definitivamente se quedò con èl para seguir hablando de los tiempos en que juntos corrìamos por los estèriles desiertos construyendo la historia.
El hombre imagina a la vida como algo extendido y a la muerte como algo lejano. En realidad la vida es fugaz y muchas veces vana, apenas un soplo. En el museo de EL CAIRO los monumentos y las esculturas están ahí y le ganaron la batalla a la muerte.
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