Amigos!!!
Bueno, después de pensarlo mucho, jeje, me atrevo a bombardearlos con mi diario. Advierto que no será breve, pues mi estancia en este país ha sido ya de ocho meses. Ojalá no les aburra y me lo dicen. De acuerdo. Gracias.
La mitad de mi copa dejé servida
Por seguirte los pasos no sé pa’ qué.
José Alfredo Jiménez
Ahora que leo la Reina del Sur, de Pérez Reverte clavo el corazón en esta frase. Eran mis pensamientos exactos desde que crucé la puerta H de salidas internacionales en el aeropuerto de la Ciudad de México. Mi corazón se sentía partido en dos, mi México y mi futuro. La mitad de mi copa estaba servida, tenía seguridad, trabajo, familia, amigos, una vida consolidada. La otra mitad tenía que llenarla de algo nuevo.
Me mandan a Egipto. Escuché decir a Pierre y entonces dejé mi copa, como decimos en México, pa’ seguirlo. Egipto mi ilusión desde pequeña, Egipto el misterio en su nombre. Egipto tierra sagrada. Un año, un año está bien. Vámonos a Egipto, le dije. Me dejó en México para arreglar las cosas. Y entonces dejé mi copa servida, y cerré mi casa, vendí mis cosas. Cuando fui por mi billete de avión me dijeron en British: Tiene derecho a llevar dos maletas con treinta y dos kilos de peso en cada una, sin excederse porque cobramos sobrequipaje. Ándale, pensé. ¿Cómo vas a meter treinta y dos años de vida en sesenta y cuatro kilos?. Dos kilos por año. Tal vez, quien me conozca sabrá que quizá en mi vida anterior fui un hámster, porque guardo todo, colecciono todo. Los objetos para mí adquieren un valor especial cuando conllevan también una colección de recuerdos. Pero en un viaje así, comprendí, tenía que dejar los recuerdos en su lugar: mi memoria. Así que vendí, regalé y guardé. Comenzaron las preguntas: ¿qué ropa debo llevar? ¿cómo debo comportarme?, además de los sueños albergados en mi cabeza por tantos años, ¿quién es en realidad Egipto?, ¿cómo me voy a comunicar? No tengo amigos allá.
Pero el tiempo me comió pronto sin poder resolver mis incógnitas. Toda esa semana me dediqué a empacar. Despedirme de mis amigos, de mis costumbres. Sabía que en mucho tiempo no pisaría tierra mexicana, así que aspiré los olores de la ciudad, su polución, su caos, su comida. Abracé, besé y dije te quiero. Caminé mucho, observé los altos edificios, los cables de electricidad que se enmarañan entre ellos, vi florecer las bugambilias que adornan de color las cercanías de mi casa. Escuché el incansable rumor de la gente, escuché a mi madre, a mis amigos, a mis hermanas, a mi sobrina, mi perro, los automóviles. Comí tacos, carnitas, pozole, enchiladas, mole. Bebí tequila y cerveza. Y me dije: Ya está, ya lo disfrutaste, has sido feliz, continúa para seguir siéndolo.
Llegué al aeropuerto con dos maletas que creí se excederían en peso. Metí cuanto pude, ropa, zapatos, fotografías, cinco libros, documentos importantes, algunos objetos de los cuales no pude desprenderme y no más. Al pesar las maletas aguanté la respiración, 58 kilos. Me acompañaban algunos de mis mejores amigos, mi mamá, mi hermana , mi sobrina y un nudo enorme en la garganta.. Besos, abrazos, lágrimas contenidas, adiós, los quiero, te quiero, te voy a extrañar, no dejes de escribir, Crucé la puerta y comencé a caminar hasta la sala de abordaje que se me hizo una ruta eterna, Me sentí por primera vez sola. Cuando llegué prendí el móvil y le llamé a Pierre, ya voy para allá. Le hablé a mi mamá, cuídate mucho, le dije. Lo apagué lo guardé en el bolso sabiendo que no serviría más. Caray, ese aparato había sido una extensión de mi vida por muchos años y al verlo apagado no era más que un trasto viejo.
Abordé e iba tropezándome con todo y con todos. Una de mis características es el despiste. Cuando llegué a mi lugar había una señora a quien le calculé unos setenta y tantos años ocupando mi lugar. Al viajar en avión soy algo especial y siempre solicito ventanilla, no pregunten por qué, porque ni yo lo sé. Se me quedó viendo con cara de abuelita tiernam pero le dije que ese era mi lugar. Ella se sentó en el suyo y durante el viaje me sentí llena de remordimientos, pero no le cambié el lugar. El avión despegó y con una sonrisa bien grande le dije adiós a las maravillosas luces que emergían de la Ciudad de México. Mis remordimientos aumentaron cuando me di cuenta que en verdad era encantadora, efectivamente tenía setenta y cinco años y viajaba sola. Me preguntó a qué iba, cuando le conté me dijo: muy bien mi’jita sigue a tu hombre. Yo pensé: sigue a tu hombre, ni que fuese una Adelita en la Revolución mexicana siguiendo a Pancho Villa. Después ella me contó que estuvo casada y que había tenido una oportunidad similar a la que se me presentaba. Prefirió quedarse con sus seguridades, al final no viajó y ahora aprovechaba para hacerlo. Hablamos de cosas triviales y cerré los ojos y dije: todo está bien, van a estar bien. Los abrí hasta que llegamos a Gran Bretaña. Nos despedimos en Heatrow y seguimos nuestro camino.
En el vuelo de conexión Londres Cairo caí en la cuenta de que estaba viviendo ya una realidad diferente. Mujeres cubiertas con velo, hombres con barba espesa y ojos profundos, con una marca en la frente que los distinguía y la tripulación y los vídeos hablándome en inglés o en árabe.
Eran las diez y media de la noche cuando las luces del Cairo se veían a través de las ventanillas. Sentí que no estaba despierta. Seguí a la gente y traté de entender los letreros hasta donde dijera equipaje. Me formé en una fila para el sello de entrada en el país, el hombre que lo revisó se me quedó viendo y me dijo Where are you from? México, contesté marcando mucho el sonido j de nuestra x. Se me quedó viendo como si le hubiese hablado en marciano, selló y me devolvió el pasaporte y concluyó: pues parece egipcia.
Cogí mis maletas mientras buscaba con la mirada a Pierre. Y si no vino, y si se quedó trabajando, qué voy a hacer. Al fin lo vi, cuántas ganas tenía de abrazarlo, pero recordé: no demostraciones de afecto entre hombre y mujer y me limité a darle un beso en la mejilla. Estábamos felices. Tomó mis maletas y en el ascensor me preguntó si sabía algo, si estaba preocupada. Era siete de abril y en la tarde había habido un atentado en Khan el Jalili y habían muerto algunos turistas. No lo sabía, pero pensé: vaya recibimiento que me das querido Egipto. Pero me sentí feliz, entré en contacto con una nueva tierra, nuevos aromas distintas sensaciones. Entonces supe por qué lo había seguido, ese día comenzaba a llenar la otra mitad de la copa...
Bueno, después de pensarlo mucho, jeje, me atrevo a bombardearlos con mi diario. Advierto que no será breve, pues mi estancia en este país ha sido ya de ocho meses. Ojalá no les aburra y me lo dicen. De acuerdo. Gracias.
La mitad de mi copa dejé servida
Por seguirte los pasos no sé pa’ qué.
José Alfredo Jiménez
Ahora que leo la Reina del Sur, de Pérez Reverte clavo el corazón en esta frase. Eran mis pensamientos exactos desde que crucé la puerta H de salidas internacionales en el aeropuerto de la Ciudad de México. Mi corazón se sentía partido en dos, mi México y mi futuro. La mitad de mi copa estaba servida, tenía seguridad, trabajo, familia, amigos, una vida consolidada. La otra mitad tenía que llenarla de algo nuevo.
Me mandan a Egipto. Escuché decir a Pierre y entonces dejé mi copa, como decimos en México, pa’ seguirlo. Egipto mi ilusión desde pequeña, Egipto el misterio en su nombre. Egipto tierra sagrada. Un año, un año está bien. Vámonos a Egipto, le dije. Me dejó en México para arreglar las cosas. Y entonces dejé mi copa servida, y cerré mi casa, vendí mis cosas. Cuando fui por mi billete de avión me dijeron en British: Tiene derecho a llevar dos maletas con treinta y dos kilos de peso en cada una, sin excederse porque cobramos sobrequipaje. Ándale, pensé. ¿Cómo vas a meter treinta y dos años de vida en sesenta y cuatro kilos?. Dos kilos por año. Tal vez, quien me conozca sabrá que quizá en mi vida anterior fui un hámster, porque guardo todo, colecciono todo. Los objetos para mí adquieren un valor especial cuando conllevan también una colección de recuerdos. Pero en un viaje así, comprendí, tenía que dejar los recuerdos en su lugar: mi memoria. Así que vendí, regalé y guardé. Comenzaron las preguntas: ¿qué ropa debo llevar? ¿cómo debo comportarme?, además de los sueños albergados en mi cabeza por tantos años, ¿quién es en realidad Egipto?, ¿cómo me voy a comunicar? No tengo amigos allá.
Pero el tiempo me comió pronto sin poder resolver mis incógnitas. Toda esa semana me dediqué a empacar. Despedirme de mis amigos, de mis costumbres. Sabía que en mucho tiempo no pisaría tierra mexicana, así que aspiré los olores de la ciudad, su polución, su caos, su comida. Abracé, besé y dije te quiero. Caminé mucho, observé los altos edificios, los cables de electricidad que se enmarañan entre ellos, vi florecer las bugambilias que adornan de color las cercanías de mi casa. Escuché el incansable rumor de la gente, escuché a mi madre, a mis amigos, a mis hermanas, a mi sobrina, mi perro, los automóviles. Comí tacos, carnitas, pozole, enchiladas, mole. Bebí tequila y cerveza. Y me dije: Ya está, ya lo disfrutaste, has sido feliz, continúa para seguir siéndolo.
Llegué al aeropuerto con dos maletas que creí se excederían en peso. Metí cuanto pude, ropa, zapatos, fotografías, cinco libros, documentos importantes, algunos objetos de los cuales no pude desprenderme y no más. Al pesar las maletas aguanté la respiración, 58 kilos. Me acompañaban algunos de mis mejores amigos, mi mamá, mi hermana , mi sobrina y un nudo enorme en la garganta.. Besos, abrazos, lágrimas contenidas, adiós, los quiero, te quiero, te voy a extrañar, no dejes de escribir, Crucé la puerta y comencé a caminar hasta la sala de abordaje que se me hizo una ruta eterna, Me sentí por primera vez sola. Cuando llegué prendí el móvil y le llamé a Pierre, ya voy para allá. Le hablé a mi mamá, cuídate mucho, le dije. Lo apagué lo guardé en el bolso sabiendo que no serviría más. Caray, ese aparato había sido una extensión de mi vida por muchos años y al verlo apagado no era más que un trasto viejo.
Abordé e iba tropezándome con todo y con todos. Una de mis características es el despiste. Cuando llegué a mi lugar había una señora a quien le calculé unos setenta y tantos años ocupando mi lugar. Al viajar en avión soy algo especial y siempre solicito ventanilla, no pregunten por qué, porque ni yo lo sé. Se me quedó viendo con cara de abuelita tiernam pero le dije que ese era mi lugar. Ella se sentó en el suyo y durante el viaje me sentí llena de remordimientos, pero no le cambié el lugar. El avión despegó y con una sonrisa bien grande le dije adiós a las maravillosas luces que emergían de la Ciudad de México. Mis remordimientos aumentaron cuando me di cuenta que en verdad era encantadora, efectivamente tenía setenta y cinco años y viajaba sola. Me preguntó a qué iba, cuando le conté me dijo: muy bien mi’jita sigue a tu hombre. Yo pensé: sigue a tu hombre, ni que fuese una Adelita en la Revolución mexicana siguiendo a Pancho Villa. Después ella me contó que estuvo casada y que había tenido una oportunidad similar a la que se me presentaba. Prefirió quedarse con sus seguridades, al final no viajó y ahora aprovechaba para hacerlo. Hablamos de cosas triviales y cerré los ojos y dije: todo está bien, van a estar bien. Los abrí hasta que llegamos a Gran Bretaña. Nos despedimos en Heatrow y seguimos nuestro camino.
En el vuelo de conexión Londres Cairo caí en la cuenta de que estaba viviendo ya una realidad diferente. Mujeres cubiertas con velo, hombres con barba espesa y ojos profundos, con una marca en la frente que los distinguía y la tripulación y los vídeos hablándome en inglés o en árabe.
Eran las diez y media de la noche cuando las luces del Cairo se veían a través de las ventanillas. Sentí que no estaba despierta. Seguí a la gente y traté de entender los letreros hasta donde dijera equipaje. Me formé en una fila para el sello de entrada en el país, el hombre que lo revisó se me quedó viendo y me dijo Where are you from? México, contesté marcando mucho el sonido j de nuestra x. Se me quedó viendo como si le hubiese hablado en marciano, selló y me devolvió el pasaporte y concluyó: pues parece egipcia.
Cogí mis maletas mientras buscaba con la mirada a Pierre. Y si no vino, y si se quedó trabajando, qué voy a hacer. Al fin lo vi, cuántas ganas tenía de abrazarlo, pero recordé: no demostraciones de afecto entre hombre y mujer y me limité a darle un beso en la mejilla. Estábamos felices. Tomó mis maletas y en el ascensor me preguntó si sabía algo, si estaba preocupada. Era siete de abril y en la tarde había habido un atentado en Khan el Jalili y habían muerto algunos turistas. No lo sabía, pero pensé: vaya recibimiento que me das querido Egipto. Pero me sentí feliz, entré en contacto con una nueva tierra, nuevos aromas distintas sensaciones. Entonces supe por qué lo había seguido, ese día comenzaba a llenar la otra mitad de la copa...
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