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por fin fuí a Egipto

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  • por fin fuí a Egipto

    1999 es el año en que, por fín, pisé la tierra de los faraones. Se acababa el siglo y pude ponerle un colofón inmejorable porque realicé la gran ilusión de mi vida.
    Como todo en este mundo, algo tiene que morir para que una esperanza renazca y desgraciadamente, eso también me pasó a mí. Fué mi padre quién murió y me dejó un vacío difícil de llenar. Una vez saldadas algunas cuentas pendientes, me quedó una cantidad de dinero que no solventaba la vida en absoluto pero que yo quise destinar a comprar algo que me recordara a papá, como si de un regalo suyo se tratara. Le dí mil vueltas a la cabeza e iba descartando tantas ideas como se me ocurrían. Quería que el "regalo" fuera enteramente mío.
    De repente un día supe lo que haría con aquel dinero, !iría a Egipto!. Realizaría la ilusión tantos años deseada.
    Y así fué. A finales de septiembre salimos desde Barcelona mi marido y yo. Previamente habíamos hablado para poner las cosas claras. Aquel era MI viaje. Y no quería perderme nada de cuanto me ofreciera. En caso de cansancio o aburrimiento, él se quedaría en el barco o en el hotel y yo seguiría la ruta indicada.
    Pero los dioses de Egipto no son cualquier cosa y mi marido siguió todos mis pasos, maravillado ante los restos de aquella civilización. Ahora es un converso y en 2005 volvimos otra vez porque él consideró que lo necesitaba. Por supuesto, yo encantada.
    Pero quiero contaros algo muy especial que me ocurrió la misma noche que llegamos a Luxor. Visitábamos su templo que estaba atestado de otros grupos de turistas. Después de muchas explicaciones del guía, Nabil se llamaba, llegamos junto al Naos. En ese momento estaba lleno de gentes que hablaban mil lenguas. Dí la vuelta por el pasillo que lo circunda, observé la barca sagrada y volví a acercarme a una de las entradas del Naos. No había nadie. Entré. Y agradecía a Amón y a mi padre mi presencia en aquel lugar. Miré hacia la puerta y Nabil estaba allí. Alargué la mano hacia uno de los relieves de la pared y le hice un gesto con la cabeza (¿puedo?). También con un gesto el dijo sí. Quería sentir el alma de aquellos artistas que tallaron las piedras, de los sacerdotes que las cuidaban, de los faraones que hacían las ofrendas. En fin, en un segundo quise acaparar la Antigüedad. Lo cierto es que durante uno o dos minutos, sentí mucha paz. Salí y en seguida entraron distintos grupos ruidosos de turista. Debo deciros que fueron unos minutos mágicos. Adios.
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